Historia
El papel de RITerm en la terminología iberoamericana
María Teresa Cabré
Institut Universitari de Lingüística Aplicada
Universitat Pompeu Fabra (Barcelona)
Conferencia presentada en Lisboa el 17 noviembre 2000
VII Simposio Iberoamericano de Terminología
A modo de introducción
Desearía agradecer en primer lugar a la comisión organizadora del VII Simposio Iberoamericano de Terminología la oportunidad de ofrecer la conferencia de clausura del Simposio. Me complace enormemente esta ocasión por motivos diferentes, individuales y colectivos, académicos y personales, científicos y afectivos. Pero por encima de todo por la posibilidad que me brinda de reflexionar en público sobre qué ha representado RITerm para el panorama general de la terminología y más concretamente qué papel ha desarrollado en nuestro ámbito iberoamericano.
Desde la creación de RITerm en 1988 en la Universidad Simón Bolívar de Caracas he estado presente en todos sus Simposios, salvo en el II de Brasilia por impedimento profesional. He asistido con interés a las sesiones de presentación de ponencias y comunicaciones y en todas ellas he presentado algún trabajo. Creo que esta continuidad en RITerm, que comparto naturalmente con otras personas queridas como Amelia de Yrazazábal, Berta Nelly Cardona o Ileana Cabrera (y solo menciono estos tres nombres a modo de ejemplo y sin intento de excluir a nadie) puede justificar el hecho de que hoy me proponga analizar desde fuera, pero al mismo tiempo desde el interior, el papel de nuestra red en el desarrollo de la terminología iberoamericana y su significación en el panorama internacional.
Lo que voy a intentar analizar en esta conferencia es la evolución de RITerm desde 1988 hasta hoy. Porque RITerm ha evolucionado enormemente: en cantidad y en calidad. RITerm ha crecido cuantitativamente y cualitativamente. Ha aumentado el número de sus miembros, el número de asistentes a los simposios, el número de proposiciones de comunicación, el número de publicaciones de terminología, el número de proyectos terminográficos, por citar solo algunos ítems.
Pero a mi modo de ver el gran crecimiento de RITerm es de carácter cualitativo. RITerm es hoy un espacio consolidado de intercambio y un motor de innovación en terminología. E intentaré mostrar con datos reales estas afirmaciones.
En mi opinión RITerm ha crecido con los años y ha hecho crecer la terminología en el espacio iberoamericano, espacio en el que ha tenido un papel clave y debe seguir teniéndolo. Ha creado pensamiento y conocimiento, como puede observarse a través del análisis de los textos de los simposios, y se ha multiplicado gracias a la divulgación de la terminología y de las actividades de formación a las que todos nosotros hemos contribuido. Y este panorama —si es real y no pura imaginación de quien está hablando— puede y debe llenarnos de satisfacción y aumentar la autoestima científica y profesional de nuestro espacio en su conjunto. RITerm es ya en la terminología y va a seguir siendo.
La evolución de RITerm
Los organismos, como las lenguas y los seres vivos, tienen una historia natural que sigue un ciclo vital. Y si me permiten seguir con esta metáfora, RITerm como organismo vivo no tiene nada especial. Desde su nacimiento hasta el día de hoy ha pasado por todas las etapas y ha cumplido todos los requisitos propios de su condición de organismo. Nació allá por el año 1988 fruto de la voluntad —y no de la casualidad. Pasó una etapa natural de titubeo (no exenta de ilusión y esperanza) hasta que echó a andar y con ello aumentaron sus expectativas de vida. Empezó a desarrollarse en una pubertad que rompería, como todo adolescente, los moldes establecidos. Y gracias a esta fuerza, se ha convertido hoy en un organismo joven, pero maduro, vitalmente potente, lleno de ideas y con ganas de labrar su futuro participando en pie de igualdad en la sociedad terminológica.
a) Nacimiento
RITerm nació en 1988 en Caracas. La ocasión brindada por el Grupo de Investigación Terminológica del Departamento de Idiomas de la Universidad Simón Bolívar permitió que se encontraran allí una serie de personas simplemente interesadas por la terminología desde necesidades prácticas muy diversas. Los allí reunidos trabajábamos en traducción, documentación, planificación lingüística o redacción de normas técnicas y éramos plenamente conscientes de que la terminología era necesaria para nuestras profesiones. Los glosarios y bancos que presentamos en el I Simposio tenían la finalidad de servir a necesidades prácticas de una profesión o a una situación social o política. Por ello, las contribuciones que allí se hicieron tenían un carácter eminentemente práctico: la construcción de bases de datos, la organización de programas de formación, la elaboración de tesauros y la participación en la redacción de normas técnicas.
No fue un parto difícil. La Red nació tranquilamente, sin tensiones, ayudada por todos. Fue apadrinada (excelentemente apadrinada) por organismos internacionales (Unión Latina, UNESCO e Infoterm) y nacionales (la Fundación del Bicentenario de Simón Bolívar de Caracas y la Comisión Nacional Quinto Centenario de Madrid). El nacimiento de RITerm no auguraba más que felicidad y una vida burguesa tranquilamente acomodada.
Una revisión de las ponencias publicadas en las Actas de este I Simposio Latinoamericano de Terminología muestra que lo que allí se hizo fue intercambiar experiencias profesionales, presentar proyectos en curso (más que proyectos realizados, con alguna excepción como los del grupo del CINDOC) y los que íbamos a realizar en un futuro. Uno puede constatar revisando las actas que sembramos ya allí la semilla de una diversidad saludable, pero diversidad al fin y al cabo.
Procedíamos de espacios distintos y estábamos condicionados por necesidades terminológicas distintas. Y no solo eso, teníamos condiciones distintas y trabajábamos distintamente. Pero todavía no nos percatábamos de que esta diversidad sería una de las claves de nuestra consolidación y especificidad. Es curioso, por ejemplo, que solo a través de esta revisión que hoy hago me haya dado cuenta de que ya en Caracas se presentó una comunicación relativa a la creación de terminología en las lenguas indígenas [1]. Nos pasó por alto, pero allí estuvo.
La profesora Alicia Fedor hizo la primera propuesta de creación de una Red latinoamericana de Terminología, lo que cuajó el último día del Simposio en la Resolución de Caracas y el documento de constitución de la Red Iberoamericana de Terminología (inicialmente representada por la sigla RIT). La publicación del opúsculo sobre los diez años de RITerm me permite pasar por alto los datos más precisos de este evento.
La red se organizó y gestionó los dos primeros años desde Caracas, que fue la sede de la primera secretaría ejecutiva.
b) Infancia y pubertad
No es fácil para un organismo recién nacido ingresar en el mundo de los vivos y hacerse un lugar en él. Los primeros años de una vida están llenos de vacilaciones y titubeos hasta que uno logra empezar andar, primero ayudado por otros, después autónomamente.
Este ha sido, en mi opinión un período largo, el más largo de la historia de RITerm. Para mí ocupó desde 1988 hasta 1996 y fue afianzándose poco a poco a través de los Simposios celebrados sistemáticamente cada dos años. Creo que ha sido este contacto bianual nunca transgredido, junto con la publicación de las actas de los encuentros, uno de los principales factores que han hecho posible que hoy RITerm sea una red consolidada.
Naturalmente no olvido que RITerm no sería lo que es hoy sin el apoyo decidido de la Unión Latina, apoyo infraestructural y material, pero sobretodo apoyo moral. Ha sido crucial para RITerm la convicción profunda de la Dirección General de Terminología de Unión Latina, y más específicamente de Daniel Prado y su equipo, de que RITerm era algo importante y necesario para el pleno desarrollo de las lenguas del ámbito iberoamericano, una visión política hoy plenamente compartida.
Durante este período se realizaron tres simposios iberoamericanos: el II Simposio Latino-Americano (sic) de Terminología se celebró en 1990 en Brasilia organizado por el Instituto Brasileiro de Informação em Ciência y Tecnologia (IBICT), el III Simposio Iberoamericano, en 1992 en San Millán de la Cogolla, organizado por la Sociedad Española del V Centenario y el CINDOC, que ocupaba en este período la Secretaría de la Red en la persona de Amelia de Yrazazábal; y el IV Simposio Iberoamericano, en 1994 en Buenos Aires, organizado por un conjunto de organismos académicos, científicos y administrativos de cuya coordinación se ocupó con una voluntad admirable Carolina Popp.
Fueron años vacilantes de tanteo, de búsqueda de definición, de aprendizaje, de inseguridad, pero al mismo tiempo años de formación, de maduración de un pensamiento, al que solo se llega cuando un organismo ha aprendido de los demás, ha manejado muchas propuestas y finalmente se ha formado un criterio propio, un criterio que le permite dilucidar, discriminar y escoger a partir de una reflexión autónoma sobre las posibilidades existentes y las necesidades propias.
Cabe destacar en este titubeo la denominación (imagino que totalmente inconsciente) del II Simposio Latino-Americano de Terminología, y no II Simposio Ibero-Americano de Terminología, o la doble denominación del Simposio: II Simposio Latino-Americano de Terminología y I Encontro Brasileiro de Terminologia Técnico-Científica, en una búsqueda de especificidad dentro de los encuentros de RITerm. Todas ellas eran iniciativas legítimas, conscientes o inconscientes, que han ido conformando lo que hoy es RITerm: un espacio propio y plural en el que queremos respetar las diferencias entre lenguas y culturas y donde se elaboran propuestas para la terminología centradas en el análisis de las necesidades informativas y comunicativas reales. Y estas actividades, presididas por el reconocimiento de nuestras especificidades y la voluntad de caminar hacia una normalización plena de nuestras lenguas.
En el II Simposio cambió el panorama del primero si tomamos como punto de referencia los temas que allí se trataron y el origen profesional o académico de sus autores. En el I Simposio de Caracas la mayoría de las comunicaciones presentadas, que fueron 28 en total, versaron sobre proyectos en curso de elaboración (tesauros, vocabularios, programas de formación, y bancos de datos terminológicos). La creación de un banco de términos parecía ser entonces la demostración más importante del trabajo terminológico. También se hicieron en el Simposio cinco panoramas de la organización y el desarrollo de la terminología en organismos y países (Infoterm, la ONU y España), y tres propuestas de posible organización de la terminología iberoamericana, dos de las cuales marcarían el nacimiento de RITerm. Solo hubo en cambio 5 comunicaciones de reflexión sobre puntos más teóricos o aplicados, como era lógico por la fase que estábamos iniciando: necesitábamos conocernos, hablar de nuestras incipientes experiencias y aprender de los trabajos de los demás.
En Brasilia, aunque continuó el interés por la creación de bancos de datos de terminología y se enfatizó aún más la presentación de las actividades de organismos existentes, se iniciaron temas nuevos que habrían de marcar poco a poco el cambio en RITerm. Se presentaron proyectos terminológicos y documentales (esta vez muchos ya elaborados) y se evaluó críticamente su proceso. Se empezó tímidamente a reflexionar sobre la especificidad de la terminología y su carácter de lengua natural, y también sobre el papel de la terminología en la documentación técnica para usos industriales. Pero por encima de todo se puso el acento en la necesidad de una formación discriminada de profesionales, distintos por sus orígenes y funciones, y en el establecimiento de una metodología orientada a necesidades precisas. Es de destacar en este punto la aportación metodológica de Enilde Faulstich y las comunicaciones sobre la intersección existente entre la terminología y el léxico de las lenguas.
Si el Simposio de Caracas había permitido poner en marcha un nuevo organismo con el propósito de intercambiar datos y experiencias, en Brasilia se puso ya de manifiesto la gran diversidad existente tanto en lo referente a necesidades como a experiencias y profesiones, y no por ello se perdió el espíritu inicial de cooperación. La propuesta de un proyecto de creación de una red de bases de datos es una muestra de este interés. La reflexión sobre las posibilidades de la red hecha por Amelia de Yrazazábal, otra muestra indudable.
El enfoque práctico fue todavía en Brasilia el punto central del Simposio, cuyo tema dominante fue la presentación de aplicaciones destinadas a resolver necesidades de todo tipo: documentales, lexicográficas, formativas, técnicas o traductológicas. La notable presencia de documentalistas en este evento demostró que en Brasil esta profesión reconocía sin ambages la importancia de los términos para su proceso de clasificación y descripción del contenido documental.
La terminología iberoamericana salió del Simposio de Brasilia, en el que se hicieron 67 comunicaciones, muy fortalecida, por cuanto había empezado a integrar elementos de la diversidad real. Empezaba a devenir compleja, más de lo que parecía tener que serlo en Caracas, pero seguía todavía en su primera infancia.
Y así continuó en el III Simposio de San Millán de la Cogolla, que resultó en la práctica menos brillante de lo que todos hubiéramos deseado, pero que sin embargo aportó una savia nueva reconocida con los años y de la que han nacido frutos sabrosos.
Cuba y Argentina —por ejemplo— estuvieron por vez primera presentes en RITerm. Antes de S.Millán RITerm se había limitado a la presencia de miembros de los países fundadores (Brasil, Chile, Colombia, España y Venezuela —con participación de especialistas de organismos internacionales). De hecho podemos decir que las aportaciones de Cuba, esencialmente de Rodolfo Alpízar, abrieron ampliamente la puerta a la significación política de la terminología tanto para la identidad y desarrollo de una lengua aparentemente consolidada —como es el caso de la lengua castellana o española como ustedes quieran— como por la visibilidad de un nuevo país inherentemente distinto. Hasta aquel momento, solo los que procedíamos de países o comunidades con lenguas minorizadas dentro del territorio del estado y en proceso de normalización teníamos asumida la importancia de disponer de una terminología propia —creada, adaptada o formada— por encima de consideraciones más técnicas y canónicas. Cuba es en mi recuerdo el primer país que puso un énfasis muy especial en la dimensión política de la terminología en las grandes lenguas y en cómo a través de la terminología se puede aumentar o disminuir la desigualdad. La conferencia de clausura que allí yo misma pronuncié Sobre la diversidad y la terminología se situaba ya en esta misma línea. Empezábamos a contrastar nuestro pensamiento con lo que habíamos aprendido y observábamos que no todo encajaba en el puzzle de la terminología.
Del encuentro de San Millán algunos salieron, o mejor salimos, internamente confusos, con esta confusión de la primera adolescencia que pone en duda la veracidad indiscutible de lo aprendido y se propone avanzar a tientas sin estar muy segura de a dónde irá a parar. Pero, de nuevo como en la vida real, se trataba de un proceso irreversible que, aunque causara malestar e incomodidades, nos ayudaría a crecer y a encontrar nuestro propio camino.
El IV Simposio de Buenos Aires forma parte todavía de la pubertad de RITerm, pero significó el principio del fin de esta etapa de inseguridades, confusiones y complejos. Por un lado congregó una amplia y diversa participación. Se presentaron 53 comunicaciones, en contraste con las 27 de San Millán, y participaron por primera vez representantes uruguayos y paraguayos (se estaba constituyendo el Mercosur). Fue un acierto organizar temáticamente el simposio entorno de un solo polo: la relación entre terminología y desarrollo. Esta unificación temática permitió sistematizar muy coherentemente las contribuciones en seis grupos: la tecnología, la formación, la terminología para la empresa, las políticas lingüísticas y terminológicas y las necesidades terminológicas del Mercosur. [2]
Podemos observar en los textos de las contribuciones cómo la semilla plantada en los anteriores Simposios hacía florecer tímidamente una concepción multidimensional y multifuncional de la terminología, necesaria para la supervivencia y el desarrollo las sociedades complejas e inserta en una comunidad que posee un sistema cultural más o menos diversificado, una o varias lenguas en situaciones diversas y una realidad económica y política que determina su papel en el conjunto internacional. La complejidad de este planteamiento es el punto de inflexión en la madurez de RITerm. En él terminó su adolescencia y entró de lleno en su juventud.
c) Juventud
Desde 1994 RITerm empezó a asegurar su futuro, con ilusión y vigor. Primero aclaró su situación administrativa y organizativa. Hubo que refundar la administración de RITerm, reinscribir a sus miembros, describir los tipos de membrecías, regular las cuotas, y organizar la difusión de información. No fue un trabajo baladí, pero hoy estamos orgullosos de que este esfuerzo de dos años que se llevó a cabo en Barcelona haya cuajado en la organización actual, ya mucho más sistemática y permanentemente atendida desde la secretaría de Unión Latina en 1996.
Tras haber organizado el funcionamiento de la Red iniciamos la reforma de los estatutos y la elección de sus representantes al Consejo ejecutivo de RITerm, formado por cuatro miembros más un representante de la secretaría.
México fue a mi entender la primera muestra de la entrada en la madurez científica de RITerm. Lejos quedaron, o por lo menos reducidas al mínimo, las simples exposiciones de experiencias, la descripción de proyectos solo reales en la mente o en el diseño, o las comunicaciones banales sobre cuestiones repetidas hasta la saciedad sin aportación ni innovación alguna. La calidad de las contribuciones puso al Simposio de México al nivel medio de los Simposios científicos internacionales. Fue un paso decisivo para la consideración científica de la terminología más allá de su práctica. La terminología se mostró allí como una disciplina teórica y aplicada que genera aplicaciones coherentes con unos supuestos de base; y descartó de nuestra concepción como red una visión de la terminología como simple práctica necesaria, o de una disciplina aplicada derivada de unos principios establecidos al margen de las necesidades.
La terminología descriptiva iberoamericana asomó por vez primera su rostro en el Simposio de México. Y ello sin apartar de su espacio una aproximación prescriptiva reconocida como necesaria para determinadas situaciones de comunicación o temáticas de alta precisión. En ello precisamente estriba la madurez: en reconocer que la ciencia no encuentra verdades absolutas sino que se limita a modelizar una realidad que para algunos existe independientemente del lenguaje y para otros se construye a través de la actividad lingüística. Una disciplina madura produce pensamiento propio y argumenta todas sus afirmaciones, y además se fundamenta en la observación y el análisis de datos. De los datos saca consecuencias, establece generalizaciones e hipotetiza interpretaciones o explicaciones. Estas explicaciones no constituyen nunca la verdad, sino solo aproximaciones a los datos. Por ello pueden ser falsadas, y, si no lo son, se abandonan en favor de otras. Y así la ciencia progresa con nuevas observaciones y explicaciones.
En 1998 se celebró el VI Simposio de RITerm en la ciudad de La Habana. En este magno simposio organizado por nuestro entrañable amigo Manuel Barreiro se leyeron 94 comunicaciones y cuatro conferencias. Una de las mejores aportaciones del evento fue la enorme participación y la calidad de muchas de las ponencias.
Así, pudimos constatar cómo estaba mayoritariamente asumido el carácter lingüístico de la terminología, su concepción ligada a las lenguas naturales y su poliedricidad a causa precisamente de este hecho. En Cuba, la terminología enfocada comunicativamente y variada internamente a causa de la diversidad de las situaciones de comunicación especializada y de las características geo, tecno, crono y sociolectales tuvo una presencia muy importante. Fue en La Habana donde las colegas argentinas hicieron una aportación clave en la línea del texto y el discurso.
Y de nuevo deseo subrayar que este enfoque no excluye, sino que tiene en cuenta, la necesidad de una terminología normalizada adecuada para ciertos escenarios y temas. Pero la noción misma de adecuación del tipo de terminología a la situación requiere postular la variación y la diversidad, porque para seleccionar hay que disponer de alternativas.
Con el simposio de Cuba la terminología iberoamericana se ilusionó por su evolución, y con ella todos nosotros. El entusiasmo de M. Barreiro y sus colaboradores, la persistente conciencia social de la conferencia de Rodolfo Alpízar, y la capacidad, el trabajo y la disposición de los y las colegas cubanos dieron un impulso decisivo a la maduración de RITerm. Allí creo que empezó su autonomía evidente. Antes de Cuba, sólo habíamos producido ráfagas dispersas de pensamiento propio. En Cuba —y el análisis de los textos que allí se presentaron lo justifica— se fraguó una aproximación que observa la terminología en el discurso y describe sus características en funcionamiento (lo que algunos denominamos la terminología in vivo), que reconoce la diversidad del discurso y la adaptación de la terminología a esta diversidad, que observa la dinamicidad de las unidades especializadas, que analiza los movimientos conceptuales y denominativos de las llamadas unidades terminológicas en los textos, que constata las coincidencias entre la terminología y el léxico de las lenguas sin por ello negar su especificidad semántica y pragmática, que se atreve a sostener que en la teoría no es necesario postular tipos de unidades distintas (términos y palabras) para explicar la diferencia, sino que también puede hacerse a partir de una propuesta de usos y valores distintos de una misma unidad.
d) Plenitud
Y así hemos llegado a este VII Simposio en Lisboa con el tema centrado en la terminología en las industrias de las lenguas, tema que solo porque hemos evolucionado como colectivo podemos abordar. En 1988 habría sido impensable reunir tantos participantes alrededor de un tema de esta naturaleza. Ello significa que hemos iniciado la entrada en la madurez, como colectivo y red.
La temática de las dos mesas redondas que se han organizado recogen dos de los puntos que han presidido nuestras preocupaciones a lo largo de los años y que han definido nuestra especificidad: la importancia de la formación, tema siempre presente en mayor o menor grado en los simposios de la red (pero en esta ocasión centrado en la didáctica de la terminología), y la dimensión política de la terminología (es decir, su relación con el estatus y el desarrollo de las lenguas y las identidades).
Los miembros de RITerm hemos crecido juntos, aunque cada uno haya evolucionado a su manera. RITerm nos ha facilitado este contacto porque nunca ha dejado de convocar sus Simposios bianuales. Es más, hemos ganado para la red fortaleza de organización y sistemática de actuación gracias a los proyectos colectivos en curso: el Proyecto RITerm-FORMACIÓN, el Proyecto RITerm-BD, el SIIT virtual y el Proyecto RITerm-JOVEN, que en esta primera convocatoria no tenido una recepción especialmente acogedora. Todo se andará. Los ciclos vitales se renuevan permanentemente.
En este VII Simposio, para el que se han programado 80 intervenciones, dos conferencias y dos mesas redondas hemos podido escuchar comunicaciones sobre una gran diversidad temática, además de las de carácter tecnológico encuadradas en el área de las industrias de las lenguas: numerosas comunicaciones sobre formación, sobre glosarios y tesauros realizados o en proyecto, sobre análisis de aspectos de estos glosarios; y, afortunadamente a mi parecer, menos exposiciones meramente descriptivas de centros, organismos o entidades. Y aun menos exposiciones de temas de carácter general sin componente de investigación empírica.
Ha sido destacable en este VII Simposio de RITerm la presencia importante de comunicaciones de carácter científico sobre la terminología y sus unidades, centradas en el análisis de los términos tanto desde el punto de vista de la forma como del contenido que expresan, en su presencia y representación en el discurso especializado, en los aspectos pragmáticos de relación con sus usuarios y sus productores, los especialistas. Estas aportaciones contribuyen a reforzar el nivel de los simposios y el valor académico y científico de la terminología, sin por ello infravalorar su condición aplicada y su conexión con necesidades y actividades profesionales. Pero precisamente por ello, RITerm ha ganado en amplitud, porque ya no interesa únicamente a los «terminólogos» sino a todos aquellos y aquellas que en su investigación o en su práctica se involucran en la terminología.
Ser capaces de conjugar en un mismo espacio teoría y práctica con la convicción de que no puede existir la una sin la otra si queremos que la terminología tenga una consideración de alto nivel, es una muestra más de la madurez de RITerm.
Compatibilizar los aspectos más técnicos y las aplicaciones tecnológicas con el reconocimiento de la transcendencia social y política de la terminología es la demostración del nivel de responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos por nuestras respectivas lenguas y países, y al mismo tiempo, una muestra del rigor del análisis, de nuestro anclaje en los datos reales y de nuestra discriminación de situaciones y soluciones en busca de la mejor opción en cuanto a adecuación y eficiencia. La madurez permite reconocer la complejidad y, al mismo tiempo, buscar modelizaciones que la simplifiquen para poder describirla y explicarla.
Las ideas de RITerm
No estoy segura de poder resumir en pocas palabras las ideas que prevalecen en este momento en RITerm. Y desearía subrayar “que prevalecen”, no que sean únicas. Pero creo que ha sido gracias a estas ideas que RITerm tiene pensamiento propio, y empieza a merecer atención por parte de foros históricamente consolidados que habían marcado hasta hace poco un único camino a seguir en la terminología, tanto en sus principios como en la metodología de trabajo.
La discusión en el seno del Comité Técnico 37 de la Norma ISO 704, de la que nos ha hablado María Pozzi, muestra que la concepción de la terminología no es uniforme. En mi opinión, los argumentos defendidos por México para votar negativamente la aprobación de la norma 704 son un resumen de la idiosincrasia de RITerm, de su visión y representación de lo que es la terminología y de cómo debe resolverse:
De lo que es, defendiendo su condición de lenguaje natural, su integración en lenguas precisas que se encuentran en situaciones sociopolíticas determinadas, y aun así con su especificidad semántica y pragmática.
De cómo debe resolverse, discriminando situaciones de comunicación y especificidades temáticas. Nunca en abstracto y al margen de las situaciones y del discurso generado en ellas. Nunca al margen de los usuarios a quienes una aplicación va destinada. Nunca al margen de las finalidades que persigue una aplicación y de las necesidades precisas que se propone cubrir. Y siempre a favor de la plena normalidad de las lenguas, de su absoluta igualdad potencial.
De hecho las ideas de RITerm podrían resumirse en cuatro grupos de supuestos:
- supuestos sobre las lenguas;
- supuestos sobre la terminología;
- supuestos sobre las aplicaciones;
- supuestos sobre los profesionales y el ejercicio de la profesión.
Dice Jespersen en su obra de 1926 [3] que todas las lenguas son aptas para expresarlo todo, pero que no se encuentran todas ellas en el mismo estadio de desarrollo. Y afirma también que las lenguas son creaciones humanas y que conservarlas y mejorarlas para las futuras generaciones no es solo un derecho sino un deber que tenemos los seres humanos.
Estos dos pensamientos resumen nuestra posición de partida: Aunque las lenguas sean por naturaleza iguales, están en situación desigual por causas ajenas a sus sistemas. Por ello si queremos preservarlas para el futuro debemos dotarlas de recursos para todos los usos.
Todos compartimos la idea de que la terminología es uno de los recursos imprescindibles para la representación y transferencia del conocimiento especializado. En consecuencia, una lengua consolidada debe poseer recursos terminológicos para todos los temas de comunicación. Pero las situaciones de comunicación exigen recursos adecuados según la temática, su abordaje y su nivel de especialidad; y en consecuencia la terminología disponible debe poseer recursos adecuados a las especificidades de cada situación de comunicación especializada.
Esta disponibilidad se produce a veces de manera natural: los especialistas crean terminología, pero en sociedades dependientes científica y tecnológicamente la terminología debe adoptarse, adaptarse, crearse o formarse por la voluntad de sus hablantes. Sin esa voluntad una lengua va perdiendo espacios de comunicación, acaba reducida a usos no formales, y a la larga llega a desaparecer. Pero aún así, la actividad terminológica no puede llevarse a cabo uniformemente en todos los países, sino que hay que adaptarla a la idiosincrasia de cada organización o territorio y a la voluntad de llevar a cabo una política terminológica coherente con una política lingüística más o menos explicitada.
La terminología es una necesidad para la comunicación profesional que genera aplicaciones y productos. Las aplicaciones están destinadas a cubrir necesidades informativas y comunicativas, que son diversas. Y son estas necesidades las que determinan el diseño de una aplicación, el diseño en su conjunto, y la selección y representación de la información que contiene. Una aplicación terminológica será más o menos adecuada si se ha concebido en función de las necesidades a cubrir:
Aplicaciones lexicográficas, como vocabularios, diccionarios, léxicos, listados, normas de terminología previas a una norma técnica, etc.
Aplicaciones documentales, como tesauros, clasificaciones, listas de encabezaminetos de materias, índices temáticos, etc.
Aplicaciones informáticas, como programas de corrección de textos especializados, sistemas de ayuda a la redacción de documentos técnicos, sistemas de traducción asistida o automática, sistemas de recuperación de la información, indizadores automáticos, sistemas de extracción de información especializada, etc.
Aplicaciones didácticas, como son los programas de formación en lenguas especializadas (lengua propia o lenguas extranjeras para fines específicos (LSP)), sistemas de enseñanza de vocabulario técnico de un ámbito temático, programas de aprendizaje de una materia con énfasis en la terminología del sector como elemento de mejora de la competencia cognitiva, sistema de aprendizaje a partir de la construcción de estructuras cognitivas, etc.
Aplicaciones discursivas como la redacción técnica, la retórica especializada, la traducción especializada, la interpretación, la divulgación científica, el periodismo especializado, etc.
Es indudable que la terminología, en tanto que conjunto de términos, es absolutamente necesaria en todas las actividades implicadas en el conocimiento especializado, necesaria para representar y comunicar las especialidades. Es indudable también que toda práctica relacionada con la representación y/o transferencia del conocimiento especializado requiere en mayor o menor proporción la terminología. Pero la formulación unánime de esta necesidad no presupone que la terminología necesaria en las distintas aplicaciones sea la misma en su concepción, ni que los datos que interesan sobre los términos coincidan, ni tampoco presupone que la comunicación especializada, sin dejar de ser especializada, deba ser homogénea.
Las dos grandes funciones que la terminología cubre en cualquier uso y situación, la función de representación del conocimiento especializado, y la función de transferencia de este conocimiento, no son uniformes en todas las situaciones, sino que se adecuan a las características de cada situación de representación e intercambio.
Varias son las profesiones que requieren terminología para el desempeño de sus actividades, como podemos deducir de las actividades aplicadas que acabamos de presentar. Necesitan terminología para su trabajo los documentalistas, los traductores, los intérpretes, los mediadores lingüísticos, los profesionales del periodismo científico-técnico, los ingenieros lingüísticos, los redactores técnicos, los profesores de materias especializadas, los investigadores, los profesores de lenguajes especializados o de lenguas para propósitos específicos.
Ello sin embargo no presupone necesariamente que sean estos mismos colectivos profesionales los que elaboren las aplicaciones terminológicas prototípicas, eso es, las que son fruto de la recopilación, descripción y edición (y eventualmente normalización) de las unidades lexicalizadas usadas en los ámbitos especializados para denominar cada uno de los nudos de conocimiento específico (o conceptos) de una materia.
Suele decirse que esta tarea corresponde a los terminólogos. En el ámbito de RITerm hemos considerado terminólogo a la persona que se ha formado en terminología y terminografía y es capaz de llevar a cabo o gestionar un proyecto terminográfico. Hacer terminología supone reunir tres competencias previas (sobre la materia de trabajo, sobre las lenguas a tratar y sobre el proceso de trabajo). Estas competencias puede reunirlas o no una sola persona. Normalmente se reúnen en equipo. Pero en todo caso hay que adquirirlas en contexto de aprendizaje y para ello es necesaria una formación específica, como así hemos asumido poniendo en práctica un amplio plan de formación en el marco de RITerm que reúna especialistas de distintos orígenes académicos y profesionales.
Pero aun más, hacer un proyecto terminológico o enseñar a realizarlo nunca puede hacerse al margen del contexto en que va a ser aplicado y en el que ha de demostrar su adecuación y eficiencia. Por ello, todo programa de formación de especialistas en terminología (básicamente terminógrafos) debe explicitar las características sociales y lingüísticas del espacio de formación, las necesidades previas de una situación a cubrir y la voluntad de seguir un proceso lingüístico con uno u otro enfoque.
Recordábamos hace un momento la afirmación de Jespersen sobre nuestros derechos y deberes para con las lenguas que justifica la intervención en el curso de evolución de una lengua. Esta intervención, sin embargo, solo se legitima si está incardinada en un acto colectivo de consenso y sigue la orientación manifestada explícitamente por la voluntad social.
El trabajo en el campo de la información y la comunicación especializadas en las lenguas propias representa una de las parcelas que toda sociedad debe cultivar si desea que su lengua participe del desarrollo. La disponibilidad de recursos lingüísticos especializados (terminología y fraseología especializadas) requiere una interacción constante entre científicos y técnicos, de una parte, y lingüistas y terminólogos, de otra. Porque los lenguajes de especialidad, y en ellos la terminología, son un factor clave del desarrollo social, político y económico de las comunidades.
El futuro inmediato de RITerm
En el texto de presentación de este VII Simposio aparece un pensamiento que comparto plenamente. Se dice que la terminología es hoy una disciplina reconocida y en franco desarrollo y que han contribuido a forjar este reconocimiento tanto el interés por la preservación de la cultura de los pueblos como el deseo de que las lenguas propias adquieran el rango o estatus de lenguas internacionales.
En nuestra opinión la terminología es imprescindible para dar respuesta a las necesidades de una sociedad como la actual, caracterizada por la difusión del conocimiento especializado, el tratamiento masivo de los datos, las nuevas tecnologías y la diversificación de escenarios y necesidades de representación e intercambio de información especializada. La terminología es uno de los componentes de las lenguas naturales, que comparte con recursos de sistemas artificiales la expresión del conocimiento especializado, pero en tanto que componente de las lenguas participa de sus características y forma parte de su identidad.
El interés actual de numerosos países por usar sus lenguas propias en todas las situaciones sin por ello renunciar a un intercambio plurilingüe ni a una comunicación eficaz en determinados contextos, da a la terminología un papel estratégico en la reafirmación del plurilingüismo.
Pero comunicar las especialidades en las lenguas propias requiere disponer de (y usar) una terminología propia, sin rechazar sistemáticamente ni el préstamo ni la neología. Algunos mantienen que la necesidad de precisión de las especialidades se resolvería mejor usando una única lengua. Pero esta propuesta conduciría a la larga al monolingüismo funcional. Y hay un hecho indiscutible: poseemos distintas lenguas y queremos conservarlas, y la comunicación especializada en contextos de plurilingüismo solo puede llevarse a cabo en la medida en que las lenguas dispongan de unidades terminológicas propias bien establecidas.
El acuerdo de cooperación económica y política de distintos países o regiones que integran mercados comunes, como la Unión Europea o el Mercosur, requiere que los países miembro dispongan de recursos terminológicos consensuados para sus comunicaciones formales, y que además estos recursos sean armonizados en referencia a las lenguas concurrentes en cada escenario.
La existencia de redes como RITerm contribuye a la cooperación en la creación de terminología armonizada, a su actualización permanente y al crecimiento progresivo del conjunto, sin por ello renunciar a tener una especificidad ante la fuerza unificadora de las potencias económica y culturalmente dominantes. Renunciar a las lenguas propias y adoptar una lengua única para la ciencia, la técnica y las actividades económicas implicaría renunciar al derecho de las comunidades de mantener sus lenguas plenamente actualizadas, y por tanto renunciar al plurilingüismo generalizado.
Las condiciones de precisión, concisión y sistematicidad que la representación del conocimiento especializado y su transferencia requieren obliga a centrar una gran atención en el control de las denominaciones según las características de los escenarios de comunicación. En escenarios de comunicación internacional o en situaciones de comunicación monolingüe que reclaman un alto grado de precisión, es necesaria una terminología normalizada para cada lengua y un control estricto de las equivalencias entre las lenguas. En escenarios de comunicación natural, las formas normalizadas son solo una de las variedades de la expresión especializada, y en estos casos la noción de adecuación de las formas denominativas pasa a tener un papel más central que la de corrección o normalización.
Como conclusión
He iniciado esta conferencia de clausura con la intención de contar la historia de RITerm dado que asistí a su nacimiento y he participado activamente en casi todas las etapas de su crecimiento y desarrollo. Pero de hecho debo confesar que he contado mi historia y no la historia de RITerm. Porque existen tantas historias, o mejor tantas lecturas, como personas hemos participado en sus actividades.
Deseaba tener la ocasión —que tan generosamente me han brindado los colegas portugueses que han organizado este Simposio— de revisar el proceso de RITerm antes de cerrar uno de los ciclos de mi relación personal con la red, el ciclo en el que me he ocupado primero de la secretaría y después he formado parte del Comité Ejecutivo.
Hemos intentado durante todos estos años mantener viva la red y darle la fuerza necesaria para crecer y desarrollarse. Para ello nos propusimos casi inconscientemente impulsar la terminología como materia teórica y aplicada y no solo como práctica. Podemos decir que esta asunción es hoy una realidad ampliamente compartida por los miembros de RITerm que nos sentimos ya seguros de nuestras actividades, movimientos e ideas, y satisfechos por dedicar nuestros esfuerzos a la terminología. Y al mismo tiempo, convencidos de su importancia y necesidad aplicadas desde la especificidad de nuestras profesiones.
En la Red Iberoamericana han cabido y caben todos los colectivos profesionales y, sobre el supuesto de que cada colectivo concibe la terminología diversamente porque diversas son sus aplicaciones y necesidades, hemos trabajado conjuntamente en el desarrollo de esta Red ya madura a la que quedan muchos años de vida activa, de trabajo científico y de creatividad eficiente.
Hoy se cierra para mí una etapa de relación personal con la red de la manera más natural, como corresponde a los ciclos vitales. Y se produce un relevo también de lo más natural, como ya se ha venido produciendo en las intervenciones cada vez más numerosas y activas de miembros de nuevas generaciones. Dejar un cargo solo significa participar de otra manera y así seguiré ocupándome de la formación en tanto que responsable de este grupo de trabajo desde 1992.
Y me gustaría terminar esta conferencia de clausura con un hermoso pensamiento de un escritor catalán, Pere Gimferrer, miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Gimferrer, en homenaje al profesor Martí de Riquer —de quien yo también fui discípula en la Universidad de Barcelona— romanista y uno de los mejores especialistas en literatura provenzal y medieval española, en ocasión de haberle concedido hace una semana el Premio Nacional de Humanidades, argumenta que la obra de Riquer es importante porque ha hecho visible el pasado para el presente y ha permitido anclar el presente en la evolución histórica natural, y todo ello en el espacio intemporal de la literatura.
Yo deseo que RITerm siga evolucionando al ritmo que marquen los tiempos y las necesidades, pero que nunca pierda su memoria histórica, que ha sido la base de su compromiso con las lenguas y el garante de su respeto por la diversidad.
Muchas gracias.
[1] H. Obregón; J. Sánchez Chapelín (1999) Una proposición para la creación de terminologías científicas y técnicas en las lenguas indígenas. Actas del Primer Simposio Latinoamericano de Terminología.
[2] Punto y aparte fueron los Proyectos de tema libre presentados por los miembros de la red en talleres y comunicaciones.
[3] O. Jespersen (1926). La llengua en la humanitat, la nació i l’individu. Barcelona, Ed. 62.